martes, 4 de octubre de 2022

Lo que llevamos en nuestro corazón

  



“Cada cual ve lo que lleva
en su corazón”. (Goethe, Fausto)


Días atrás intervenía en una breve discusión sobre los crímenes que el franquismo ha dejado tras de sí y que respondía a una entrada de José Luis Ibarzábal titulada “No perdamos la memoria”. La entrada de José Luis me va a servir no para entrar de nuevo en las responsabilidades que competen a las facciones más reaccionarias de nuestra sociedad, sea por su implicación en los hechos, sea por las trabas que han puesto siempre desde las instituciones del Estado para que se investiguen todos los crímenes que el franquismo cometió tras el final de la guerra. No está en mi ánimo pasar página sobre hechos de lesa injusticia no esclarecidos, como defendía un comentarista allí, lo único que me invita a sentarme frente al teclado es el deseo de aclararme por qué el amigo X está tan interesado en tachar de parcial a alguien que lo único que hace es poner la fotografía de los asesinados bajo unas palabras que dicen: “No perdamos la memoria”, por qué X sin más información previa dice: “Te lo vuelvo a repetir, mirar el conflicto sólo desde un lado, nos hace miopes, partidarios y ajenos al rigor histórico”. Ergo, que a José Luis con su breve afirmación de cuatro palabras se le supone miope, partidario y ajeno al rigor histórico. Es decir, X de entrada presupone que el que ve correctamente, que no es partidario y se guía por el rigor histórico, es él.



Anoche había empezado a releer Fausto, Goethe naturalmente, y ya en las primera páginas me encontré esas palabras que encabezan mi texto “Cada cual ve lo que lleva en su corazón”. Enseguida me acordé de X, y con él de todos los que defienden ideas contrarias a las suyas, incluido José Luis Ibarzábal y yo mismo. Así que mi texto no va sobre la guerra ni sobre sus consecuencias colaterales, sino que lo que me intriga es esa tan diferente actitud ante la realidad y los hechos de la historia. Y quizás, pensé, esas palabras de Fausto pudieran servir de hilo de Ariadna para salir de esa cueva del Minotauro que es la oscuridad del conocimiento. Unas preguntas: ¿interpretan la historia reciente de España de la misma manera los señoritos de la calle Serrano de Madrid, que aquella otra gente de Vallecas; interpretan los del moco verde de Vox y de la izquierda en general los sucesos de la España de los años treinta, cuarenta y cincuenta de parecida forma? Los que tenemos muchos años podemos recordar perfectamente qué decían los textos de historia de la época, de ahí mamamos una interpretación de los hechos de nuestra historia reciente. Sólo que después nos hicimos mayorcitos, leímos, estudiamos y aprendimos de la falsedad de los textos escolares. Hay quienes llevan en su corazón para siempre la influencia de lo que mamaron en su infancia y en su entorno familiar y social, y están los que haciéndose adultos encontraron la verdad de los hechos en otros predios. Nunca será lo mismo, no obstante, haber nacido en el bando de los vencedores que haberlo hecho en aquel de los vencidos. Nuestro cerebro se conforma lentamente al calor de lo que tenemos alrededor, pero también lo hace con el estudio y la reflexión. Desde estos trampolines que son las influencias del entorno y nuestras experiencias, por un lado, y el estudio y la reflexión por otro, es de donde se van formando poco a poco nuestros sistemas de creencias.  

Ortega en Ideas y creencias afirmaba que somos hijos de nuestras creencias. Las creencias son aquellas que sentimos y defendemos como si constituyeran parte de nosotros mismos. Dice Ortega que uno sale a la calle y lo que espera encontrar allí como la cosa más natural del mundo son los peatones, los vehículos, los edificios, el sol acariciando en invierno las fachadas de la ciudad. Si alguien saliera del portal un día y no se encontrara ese panorama sufriría un shock, sus creencias se conmocionarían. Otra cosa muy distinta son las ideas que pueden ir y venir al empuje de nuevos conocimientos y nuevas experiencias; son entidades menores que pueden litigar entre sí sin que tengan excesivo peso en la percepción general de la realidad. Eso en un primer momento. Un ejemplo: yo me eduqué en un colegio de curas. Tenía muy asentadas la creencias religiosas al uso. En cierto momento de la adolescencia entro en contacto con los textos de Bakunin: Dios no existe, con los textos de Nietszche, con la teología de la liberación. Todavía soy creyente hasta la médula, pero sigo leyendo, sigo reflexionando, continúo cuestionando la educación que he tenido y al cabo esas ideas van entrando tan profundamente en mí que terminan convirtiéndose en creencias. Mi yo no podía quedarse quieto y de brazos cruzados ante todo aquello que habían metido en mi infantil cerebro, no podía quedarme indiferente cuando leía cosas como Pedagogía del oprimido, de Paulo Freire, o tampoco podía mirar la historia de España como me la enseñaron después de leer a Paul Preston en Un pueblo traicionado. Con ejemplos nos entendemos mejor.

Cuentan obviamente los hechos objetivos, esos tantos a los que aludía sin más X, sólo que para explicar la realidad no bastan unos pocos hechos, se necesitan muchos y un buen helicóptero para desde arriba contextualizarlos y generar una visión de la realidad. Hay, existe, la tendencia de querer rebatir cualquier aserto sacando un ejemplito de aquí un ejemplito de allá; suele ser inútil ese procedimiento porque tendrás siempre enfrente un conversador que te sacará otros cientos de ejemplos. Un juego algo así como el cuadro de Goya de Duelo a garrotazos.

Creo que no debo extenderme más, así que sólo lo siguiente. Viajaba Descartes por Alemania en pleno invierno cuando le sorprendió una temporada de grandes nevadas. En consecuencia quedó bloqueado en una pequeña aldea. Allí mano sobre mano al fin tuvo tiempo para dar salida a una inquietud que le perseguía desde tiempo atrás. Necesitaba estar seguro de que sus pensamientos, lo que pensaba de la realidad, se correspondían con la verdad. De ahí nació uno de los textos más fructíferos de la historia de la filosofía: El discurso del método. Pasó el invierno empeñado en aclararse a sí mismo y establecer pautas que le llevaran sin dudas al conocimiento de la verdad.

Un espectador objetivo acaso no podría determinar en el asunto del primer párrafo quién podía llevar la razón. No pretendía yo tampoco decir en este texto quién llevaba la razón, José Luis Ibarzábal, yo o X, mi admirado amigo David. Sólo quería aclararme por qué David y yo disentimos en tantos asuntos religiosos o políticos. Creo que con este texto algo me he acercado al porqué.




2 comentarios:

  1. Un texto lleno de clarividencia, más que un simple escrito, un ensayo sobre la forma de ver la realidad histórica y no tergiversar la misma en función de la manera de pensar de cada uno.
    Es importante centrarse en un dato o acontecimiento histórico y no obcecarse con nuestra óptica de los hechos y por supuesto no salirse por la tangente explicando otros acontecimientos que podrían guardar relación con los hechos pero no los justifican.
    Esa forma de querer pasar un tupido velo de una etapa negra de la historia de España y comparar las ejecuciones dél franquismo, que eran crímenes y terrorismo de estado con los sucesos previos o durante la guerra civil es muy propio del pensamiento común de las derechas. Y mucho más infantil y maniqueo decir que ETA asesinó a mucha gente. ETA declaró la guerra a la dictadura y surgió en los años 60, mientras durante su existencia cometió 1200 atentados mortales, Franco ejecutó a tantos españoles en la paz cómo en la guerra...
    "Ellos"dicen que no hay que olvidar los atentados de ETA y todos los años conmemoran alguno, mientras de los otros dicen que hay que olvidarse para no reabrir heridas...

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    1. Nos admiramos de que personas inteligentes y con cultura mantengan en los medios y en el ámbito político argumentaciones que no se sostienen ante la evidencia de los argumentos... eso de primera impresión, pero entiendo que es una admiración falsal, mienten como condenados;
      no es más que seguir vendiendo la moto de siempre entre las mentes desprotegidas, pura argucia política. Ellos saben y nosotros sabemos; creo que personas con conocimiento, de derechas o izquierdas, no pueden llamarse a engaño ante determinadas realidades. Otra cosa es "lo que hay que decir" y propalar en relación con los intereses que vergonzosamente defienden... y que una mayoría no preparada ni con juicio crítico formado acepta sin más.
      El ejercicio de pensar es un ejercicio demasiado penoso para esa mayoría que sigue creyendo en el coco de ETA, de ahí que la derecha continúe nombrando a esta última ostigando al personal con un fantasma inexistente. Los resultados de las últimas elecciones en Madrid que auparon a una imbecil sin remedio a la presidencia de la Comunidad es la mejor prueba de lo fácil que es manejar a las mentes indolente.

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