lunes, 18 de enero de 2021

Y llegó la noche…

 



El Chorrillo, 18 de enero de 2021

 

Se tenía prohibido desde hacía unos días mirar las visitas de su blog y aparecer por las redes, un asunto que le distraía en exceso, así que escribía como quien lo hace en la arena de la playa donde la próxima ola borrará cualquier rastro dejado. Algo muy parecido a esa reflexión que haces frente a algo que llama tu atención y que pasado un rato olvidarás. Convertir la escritura en la pura nada de una breve brisa que atraviesa las ramas de los árboles y se pierde más allá en el aire que riza las cebadas, se le sugería como atractivo y deseable. Pasar sin ser notado, eso que había leído una vez en un libro de poemas de Marina Tsvetáyeva y que trataba de recordar con más detalles inútilmente.

La idea de desaparecer del mundo pero estando plenamente en él, le parecía ahora en medio de la música de Janáček, su Cuarteto de cuerda nº 1, una tentación digna de tener en cuenta. Se preguntaba si algún día sería capaz de captar esa extraña naturaleza humana que lo habitaba. Pero algo le distrajo en aquel momento, sobre el horizonte colgaba un cuarto de luna que reclamaba su atención. Quizás pudiera colocar aquella llamativa luna sobre uno de los últimos paisajes nocturnos que había fotografiado. Componer una fotografía aunque tuviera que fundir dos imágenes diferentes y meter la Luna donde sólo Orión y unas pocas estrellas más adornaban el firmamento, podía dar como resultado una bella imagen con la que irse a la cama con la sonrisa en los labios. No hacía falta recurrir a Platón o Diotima para saber que un poquito de belleza siempre alegra el corazón. Así que fue a por el trípode, hizo algunas tomas con diferentes tiempos de exposición y, al fin, cuando ese cuarto de luna quedó en su punto, guardó los bártulos pensando que al día siguiente ya encontraría uno de sus negativos nocturnos donde colar la luna. Volvió a la música de Janáček. Ahora lo que sonaba era un fragmento de  Taras Bulba.

¿Estaría aproximándose a esa deseada tranquilidad de ánimo a la que tantas veces había aspirado, se preguntó en ese instante de su lectura en que Max había terminado definitivamente de encontrarse con Ada, momento en que se le empezaba a la revelar ya que estar lejos del ciberespacio y acaso de la prensa, acaso, podía ser un hecho a celebrar?

Unos minutos más tarde había detenido su lectura en medio de un párrafo donde se decía: “…Sabía que cuando se toca un instrumento no se trata de expresar emociones, sino de evocarlas”. Cerró el libro por un momento y consideró la proposición intentando encajarla en la escritura. Terminó por llegar a la conclusión de que esa afirmación encontraba perfecto acomodo en la música y en la poesía, pero no tanto en la literatura o en la pintura donde la emoción y la evocación pueden darse pero siempre, acaso, quizás, en una relación de causa efecto. De cualquier modo, se dijo, cuando el destinatario de la escritura en primer lugar es uno mismo y la posibilidad de suscitar emociones en quien escribe, bien pudiera darse que de rebote algo de esa carga emocional le llegue al lector. Ahora, imaginar a un artista que lo que tiene en mente es “fabricar” algo que promueva una evocación en el espectador, pese a Max que era quien intentaba convencer a Ada de esta proposición, una Ada que por demás era una virtuosa del violonchelo, a él le parecía una suerte de transposición imposible. Pensar en suscitar la evocación sin que la emoción la preceda le parecía poner el carro delante de los bueyes. De todos modos quizás a quien  se refería Max no era al artista sino al ejecutante…

En fin, ahí le dejo junto al fuego de su chimenea con el libro entre las manos. Hacía tiempo que Janáček dejó de sonar sustituido por el Vorspiel de Tristán e Isolda, pero él ya no escuchaba la música. Después de mucho tiempo había por fin encontrado una novela de casi un millar de páginas en la que poder solazar esas largas horas de la madrugada. Probablemente hará una pausa para dar descanso a sus ojos y le veamos iniciar una nueva partida de ajedrez antes de irse a la cama, pero es una suposición. Ahí le dejo, ahora en medio de un fragmento del El anillo de los nibelungos, en el que dentro de poco se iniciará la Cabalgata de las Valkirias, instante en que seguro levantará la vista del libro para imaginar a las cuatro hermanas de Brunilda con el cabello al aire galopando para preparar el transporte de los héroes caídos al Valhalla.

 

 

 

 

 

 




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