El
Chorrillo, 18 de enero de 2021
Se
tenía prohibido desde hacía unos días mirar las visitas de su blog y aparecer
por las redes, un asunto que le distraía en exceso, así que escribía como quien
lo hace en la arena de la playa donde la próxima ola borrará cualquier rastro
dejado. Algo muy parecido a esa reflexión que haces frente a algo que llama tu
atención y que pasado un rato olvidarás. Convertir la escritura en la pura nada
de una breve brisa que atraviesa las ramas de los árboles y se pierde más allá
en el aire que riza las cebadas, se le sugería como atractivo y deseable. Pasar
sin ser notado, eso que había leído una vez en un libro de poemas de Marina
Tsvetáyeva y que trataba de recordar con más detalles inútilmente.
La idea
de desaparecer del mundo pero estando plenamente en él, le parecía ahora en
medio de la música de Janáček, su Cuarteto de cuerda nº 1, una tentación
digna de tener en cuenta. Se preguntaba si algún día sería capaz de captar esa
extraña naturaleza humana que lo habitaba. Pero algo le distrajo en aquel
momento, sobre el horizonte colgaba un cuarto de luna que reclamaba su
atención. Quizás pudiera colocar aquella llamativa luna sobre uno de los
últimos paisajes nocturnos que había fotografiado. Componer una fotografía
aunque tuviera que fundir dos imágenes diferentes y meter
¿Estaría
aproximándose a esa deseada tranquilidad de ánimo a la que tantas veces había
aspirado, se preguntó en ese instante de su lectura en que Max había terminado
definitivamente de encontrarse con Ada, momento en que se le empezaba a la
revelar ya que estar lejos del ciberespacio y acaso de la prensa, acaso, podía
ser un hecho a celebrar?
Unos
minutos más tarde había detenido su lectura en medio de un párrafo donde se
decía: “…Sabía que cuando se toca un instrumento no se trata de expresar
emociones, sino de evocarlas”. Cerró el libro por un momento y consideró la
proposición intentando encajarla en la escritura. Terminó por llegar a la
conclusión de que esa afirmación encontraba perfecto acomodo en la música y en
la poesía, pero no tanto en la literatura o en la pintura donde la emoción y la
evocación pueden darse pero siempre, acaso, quizás, en una relación de causa
efecto. De cualquier modo, se dijo, cuando el destinatario de la escritura en
primer lugar es uno mismo y la posibilidad de suscitar emociones en quien
escribe, bien pudiera darse que de rebote algo de esa carga emocional le llegue
al lector. Ahora, imaginar a un artista que lo que tiene en mente es “fabricar”
algo que promueva una evocación en el espectador, pese a Max que era quien
intentaba convencer a Ada de esta proposición, una Ada que por demás era una
virtuosa del violonchelo, a él le parecía una suerte de transposición
imposible. Pensar en suscitar la evocación sin que la emoción la preceda le
parecía poner el carro delante de los bueyes. De todos modos quizás a quien se refería Max no era al artista sino al
ejecutante…
En fin,
ahí le dejo junto al fuego de su chimenea con el libro entre las manos. Hacía
tiempo que Janáček dejó de sonar sustituido por el Vorspiel de Tristán e
Isolda, pero él ya no escuchaba la música. Después de mucho tiempo había
por fin encontrado una novela de casi un millar de páginas en la que poder
solazar esas largas horas de la madrugada. Probablemente hará una pausa para
dar descanso a sus ojos y le veamos iniciar una nueva partida de ajedrez antes
de irse a la cama, pero es una suposición. Ahí le dejo, ahora en medio de un
fragmento del El anillo de los nibelungos, en el que dentro de poco se
iniciará
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