El Chorrillo, 20 de enero de 2021
Esta tarde tras la comida me repantigué en el sillón,
cerré los ojos y traté de morirme, de imaginármelo, digo. El cuerpo termina
siendo con los años como un coche de cuarta o quinta mano, pierde aceite, arranca a
su cuarto intento o continuamente hay que levantar la tapa del motor para
revisar y ajustar alguna pieza, así que hay que estar preparado para el
desguace. Me daba cierta pena pero todo estaba en orden, la casa recogida, el
testamento en el notario, los asuntos solucionados, a excepción del gas que nos
estamos quedando sin él y el camión del suministro difícilmente va a atreverse
a meterse por un camino embarrado y lleno de nieve. Así que eso, todo en orden,
rosales y frutales podados, aquel conmutador de la biblioteca que fallaba,
arreglado, los gatos en el regazo de su dueña, nada que hacer para el que venga
detrás.
Da gusto tener todo en orden, cerrar los ojos y sentir una
tranquila paz interior. La vida, eso que se nos dio con imprecisa fecha de
caducidad, se había acabado y era hora de marcharse y mirarla con tranquila disposición: Ciao!, ha sido un placer.
Esta mañana había sellado la tienda que me había llegado de China preparándola
para la próxima salida a alguna de esas cumbres en las que tanto me gusta
dormir, pero no importaba, daba por bien empleado el tiempo aunque no fuera a
utilizar la tienda. Pensaba ahora en ese titular de El país de hoy en que la hija de Camus manifestaba algo que le
había dicho su padre en una ocasión: “Sólo se aburren los imbéciles”, y me sonreía pensando que al menos mi vida no
había sido la de un imbécil. Consuelo no vano para alguien que se va a morir y
que puede al menos disfrutar del hecho de habérselas compuesto para hacer
divertida la vida.
Pero maldita la, se me había olvidado silenciar el
teléfono y de golpe el aldabonazo de un email de editorial Laertes salió del
móvil y llegó a mis oídos como una intromisión. El escueto correo decía lo
siguiente: “No reeditamos libros que hayan sido publicados en Amazon”. Era la
respuesta de unas cuantas ofertas que había hecho yo el día anterior a algunas
editoriales para publicar dos de mis libros de los últimos de viajes. Peor para
ellos, que diría el otro, porque son dos
buenos libros que merecerían llegar a las manos de los amantes de los
viajes (modestia aparte, por supuesto). De todas formas unos cuantos libros en
los escaparates de las librerías no iban a añadir más diversión a mi vida y
acaso sí algún momento de aburrimiento burocrático. Ahora sí, ahora ya le he
puesto una mordaza al teléfono para que me deje morir en paz.
Me alzo un poco en el sillón y contemplo por un instante
el campo; sí, es una tarde perfecta para morirse. La nieve ha desaparecido algo
y sobre los olivos del fondo flota una liviana neblina. Hemos apagado la
calefacción para ahorrar gas en previsión de que al camión de Repsol no le de
el ánimo para adentrarse en el camino de nuestra casa, pero no hace frío. Esta
mañana había un revuelo de pájaros buscando entre los claros de la nieve su
sustento, pero ahora reina un recoleto silencio en los alrededores. La tarde ni
siquiera invita a leer, se respira un perfecto sosiego en mi cabaña y esta
tarde de invierno parece perfecta para morirse.
Me gusta morirme hoy, aquí en mi cabaña, ese regazo en
donde paso los días mirando al mundo, pensándome, recordando a mis nietos, a mi
chica, a mis hijos, a mis amigos, bebiendo el néctar de la vida con la
delectación de quien saborea un buen vino para celebrar esa bonita existencia
que ha llegado a su fin.
Lógicamente, aunque estaba muriéndome lo que sucedió es
que terminé por quedarme sopa y la muerte quedó aparcada para otra ocasión.
Cuando me desperté todo seguía igual, simplemente pensé en mi incursión en la
muerte del momento previo y recordé algunas prácticas del tantrismo
relacionadas con mis reflexiones. No practico el tantrismo, que tiene cosas
excelentes como su relación con el sexo, pero el ejercicio a que someten a sus
adeptos de permanecer solos junto a un cadáver por un tiempo, creo que es un
acierto, algo que viene bien para contextualizar la vida en un ámbito amplio.
Ahora que he vuelto a la vida es la hora de merendar.
Victoria bajará en un momento a compartir la merienda o el té con pastas y más
tarde volveré a coger mi libro en donde lo he dejado. La vida continúa.
Muy bueno. Es un placer leer tus relatos.
ResponderEliminarEspero seguir vivo para continuar dando la lata con mis textos :-). Un cordial saludo.
Eliminar¡Voy a acabar definitivamente enganchado...!
ResponderEliminarJajaja. Voy a tener que dar las gracias a mi amigo Cive, Cive Pérez en el mundo editorial, un activista de la renta básica y la desobediencia civil, que fue el que me pasó el link de tu blog, al que, por cierto, he terminado abonándome. Un cordial saludo.
Eliminar