domingo, 17 de enero de 2021

Conocer de esto y de lo otro

 



 “Understanding is one of the greatest reason to travel”.

 Paul Theroux


El Chorrillo, 17 de enero de 2021

 

Uno es torpe y se le atraganta con frecuencia algún párrafo; lo que leo, la realidad que me rodea o simplemente la posibilidad de comprenderme a mí mismo son asuntos que me han rondado desde siempre por la cabeza pero que no logro esclarecer en ocasiones. Y desde esa perspectiva me sucede que cuando me encuentro con personas a través de cuyas palabras descubro su inclinación a enunciar irrefutables verdades sobre determinados temas, la verdad es que de entrada quedo algo sorprendido ante la versatilidad con que yo me enfrento al conocimiento de lo que me rodea, sorpresa a la que sigue en ocasiones un condescendiente “bueno, gente lista”. Un pensamiento que me surgió a la vuelta de la esquina cuando leía anoche un comentario a un post de Gustavo Catalán sobre Illa, un asunto con el que no estaba de acuerdo con el autor, pero que daba pie a que un comentarista se expresara de la siguiente guisa: “Pero hete aquí, en un momento cuántico impreciso, el advenimiento de una iluminación del hipocampo del inefable Sánchez”. Me pareció tan ridículo semejante contoneo verbal que enseguida ubiqué a su autor dentro de esa fauna periodística a los que mover el trasero desde la columna de algún diario constituye su más alto objetivo. Esos lugares donde mola más la “gracia” de algún tipo de alarde, que el fondo de cualquier cuestión, tienen tan notoria concurrencia de “graciosos” que cuesta creer que ellos mismos se crean esas asumidas verdades bajo cuyo palio se expresan.

Vamos, que patidifuso queda uno leyendo estas cosas y, en particular, el tono que se usa para expresarlas. Uno, que trata de abrirse paso en lo farragoso de la realidad y que a duras penas ve claro en unas pocas realidades, se admira tanto de la exótica y barroca lucidez de alguno, que a poco que le dejen siente la necesidad de esconder su ignorancia y sus balbuceos escritoriles en lo más profundo del disco duro. Bueno, pues en una pausa estaba de esas estaba mi ignorancia leyendo un libro que escribí sobre un viaje que nos llevó a Victoria y mí al otro lado del mundo, en un paraje en que la burocracia de la frontera entre Kazajstán y Uzbekistán nos abrumaba y en que yo mataba el tiempo leyendo un libro de Paul Theroux, cuando me encuentro con lo siguiente: “Understanding is one of the greatest reason to travel”. Lo que equivale a decir que comprender es una de las grandes razones de la vida. Y yo leyendo esto, y siendo consciente de que he viajado bastante además, caigo en que el hecho de comprender con cierta profundidad una realidad es algo tan complejo, que bien que haya que viajar para comprenderla mejor, pero que no para ahí la cosa ni mucho menos. Con muchos años ya encima de uno a la conclusión que se llega es que en muchas ocasiones hacer ampulosas afirmaciones como quien habla ex cathedra denota un apresuramiento y un afán de impostación que mal se lleva con la racionalidad de un argumento y especialmente con el deseo de aclarar cualquier realidad.

Presiento que en comprender, tratar de comprender, para uno de nuestros afanes más preciados, y que esa disposición, si va acompañada de cierta dosis de humildad, tiene más probabilidades de éxito de acceder a alguna verdad que aquella otra que pretende la verdad como asentada, lo que mueve al individuo a hablar o escribir desde una postura de dudosa fiabilidad.

Quizás sea ese deseo de comprender el que impulse con frecuencia muchos de los temas que asoman la cabeza en este diario, temas que reiteradamente pueden aparecer en las páginas de un diario precisamente porque probablemente nunca se llega a una comprensión cabal de determinados escenarios. Son la retahíla de esos porqués que nos persiguen desde la infancia y que tras mucho más de medio siglo de vida todavía siguen ahí moviéndonos a interpretarlos, a comprenderlos o a saber de las angosturas de sus rincones y de la complejidad de sus ramificaciones.

Mi amigo Jorge a raíz de este buscar en los libros la razón de tantos interrogantes, me mandaba una oportuna cita cervantina hace días advirtiéndome de la posibilidad de perder la cordura si me enfrascaba en demasía en estas cosas: “En resolución, él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio... y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio”.

La fuerza imántica que ejerce la curiosidad sobre el individuo moviéndole a buscar la razón de por qué una manzana que se desprende de una rama indefectiblemente cae al suelo o la razón de por qué la luna no se cae sobre la Tierra, ha arrastrado desde siempre al ser humano a entrar de lleno en la observación del mundo que le rodea, a observarse a sí mismo, a tratar de comprender, un hecho que en su trayecto frecuentemente tropieza, obviamente, con la subjetividad y las muchas posibles interpretaciones de una realidad. En el ámbito del test de las manchas de la tinta de Rorschach, mientras un hambriento ve en las imágenes que se le muestran un pollo en pepitoria, alguien que lleva meses de ayuno sexual puede ver perfectamente una vulva. En esta línea, y concerniente a ese condicionamiento que vivimos  relacionado con nuestros gustos, modo de percibir o interpretar la realidad, ayer, que empezaba a escribir sobre una película que había visto el día anterior, me sucedía que a los pocos minutos, tras finalizar un corto párrafo, me encontrara que mi primera idea había volado y de repente me había ido por los Cerros de Úbeda y me encontraba retorciendo el texto para apañarlo y adaptarlo a otra idea naciente que surgía de la atracción que un coño levanta en el pensamiento ocioso de un sapiens cualquiera.

Y es que cuando se dispone de todo el tiempo del mundo, se carece de prisa, uno ha entrado en una fase contemplativa y puede suceder que por las lindes del cerebro merodee un variopinto número de pensamientos y “apariciones” que le hagan sonreír a la vez que le impulsan a meterlas en su texto aunque la cosa no venga del todo a cuento. Algo que sucede también cuando estas leyendo un libro y te sorprende, como me sucedió a mí anoche, cómo el autor introduce a uno de sus protagonistas en los comienzos del relato. Éste es, por ejemplo, el modo como Harry Mulisch, El descubrimiento del cielo, presenta a su personaje Max: “En el mismo momento en que Onno abandonó la casa paterna, un hombre de la misma edad de Onno se corrió a gritos en cuatro o cinco estremecimientos. “¡Buenos días!, dijo jadeando al ir remitiendo la sensación, asombrado y agradecido al mismo tiempo. Le doy las gracias”. Estaba tumbado en el suelo y con los ojos cerrados acariciaba a la mujer que se había desplomado sobre él como una pelota desinflada”. Iniciar el conocimiento de un personaje de esa pintoresca manera te hace sonreír beatíficamente y te pone sobre la pista de que la lectura elegida lleva buen camino.

A veces empachos de conocimiento como los que cogía don Quijote amarrado a las historias de todos aquellos deshacedores de entuertos que por entonces recorrían los caminos, pueden ser peligrosos para el estado de cordura, sin embargo bienvenidas sean esas pequeñas dosis de locura que a hidalgos de lanza en astillero tocados con bacía de barbero tan bien les viene, tanto como a aquellos que se empeñan en subir montes por lugares desacostumbradamente peligrosos. Quizás el impulso de conocer, como la curiosidad, sea por sí mismo un aliciente inscrito en el ADN y por tanto el culpable de que nos asomemos con tanto interés a una novela o a desentrañar un asunto.

 

 

 

 

 

 


2 comentarios:

  1. Estar en desacuerdo estimula el cerebro... Por lo demás, me ha encantado tu post. Saludos muy, pero que muy cordiales.

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  2. Encantado también yo. No hay mayor diversión en la vida que conversar y sacarle punta a lo que te pasa por el magín,una bonita, y a veces apasionante, partida de ajedrez. Y que no falte la diversión. Un caluroso saludo.

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